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sábado, 4 de febrero de 2023

EL SALTADOR (PALACÉS, ZURGENA), UN ESPACIO NATURAL EXCEPCIONAL (2017)


    El paraje natural de El Saltador se encuentra en la barriada de Palacés, situada en el extrema sureste del término municipal de Zurgena, próximo al vértice limítrofe con Huércal-Overa y Antas.

    Dos espacios bien diferenciados, a pesar de su contigüidad, conforman el paraje: un pequeño humedal permanente, en plena Rambla del Agua, y la vertiente de un monte de agreste vegetación coronada por un pino centenario, un cerro que se precipita desde poniente para beber en las cristalinas aguas que le ofrece la rambla sempiterna.

    El espacio edénico creado con la confluencia de ambos espacios se ubica a un kilómetro al oeste de la desembocadura de la Rambla del Agua en el rio Almanzora; y el asombro surge en el viajero cuando descubre que se halla tan próximo a una zona habitada y transitada: solo a unos 900 m al sur de Palacés, a 700 m de Los Ballestas, y a escasos 200 m de la carretera Al-7106(1).

Humedal de El Saltador, en la rambla del Agua (Palacés, Zurgena)
(C) Andrés Sánchez Domínguez

I. EL HUMEDAL PERMANENTE DE 'EL SALTADOR' (ESPACIO DE RAMBLA)

Coordenadas geográficas: 37° 20' 23.50" N 2° 0' 29.75" W

    Este humedal consta de una pequeña charca (balsón, en terminología de los naturales) de unos 50 m2 de superficie y alrededor de 1,50 m de profundidad máxima, formada al elevarse la roca subálvea y emerger por encima de la arena de la rambla, creando así una pequeña cascada de unos 10 m de anchura y de 3 a 3,50 m de altura (en su día), origen de la formación -a sus pies- de otro balsón de dimensiones variables según la acción y las consecuencias de cada avenida torrencial. En el presente, la cascada esta conformada por tres pequeños saltos menores que se suceden.

    En la charca de arriba prosperan juncos, aneas y otras especies hidrófilas, junto a una estrecha franja colonizada por cerrillos y verde grama a modo de pradillo. En el extrema del balsón de abajo suele crecer con vigor un tupido cañaveral, que en ocasiones llega a ocupar toda la anchura del cauce.

    El agua nace, según las estaciones y los años, unos cientos de metros rambla arriba y corre entre piedras, baladres, tarayes, gandules (Nicotiana glauca), masiegas, siscas y otras plantas de rambla. A veces puede llevar más de un cuerpo de agua; la mayoría, dos muñecas o nada aparentemente. Con frecuencia el agua no supera el balsón inferior, dado que se filtra a través del cada vez mas abundante manto de arena acumulado por las avenidas torrenciales unos metros mas abajo de la cascada.

    Pero tanto la charca de arriba como el balsón de abajo mantienen constante un nivel de agua considerable, incluso en su periodo de estiaje, sea invierno o verano; aflore el agua y discurra sobre las arenas de la rambla o se proteja bajo ella huyendo del sol abrasador del verano. Su fluencia permanente debió de motivar la sustitución de la anterior denominación («Rambla del Terol») por la actual.

    De esta presencia se benefician no solo las numerosas ranas, que se relajan tranquilas, tumbadas al sol sobre las ovas flotantes, algunas culebrillas que se deslizan serpenteando bajo las aguas cristalinas, y otros animalejos menores (como insectos zapateros), sino también los jabalíes, zorros, tejones, garduñas, ginetas, liebres, conejos, perdices, tórtolas, mochuelos, gavilanes, codornices, abubillas y gran variedad de pájaros que pueblan los campos de los alrededores y recurren a este humedal como único abrevadero vital en un hábitat tan árido e inhóspito.

    Y, por descontado, el ser humano, quien se ha aprovisionado durante siglos, en esta fuente inagotable, del agua tan necesaria para la vida: no solo al saciar a diario la sed de sus bestias y ganados, sino también para las necesidades domesticas cotidianas, desde el aseo personal a la limpieza del hogar y el lavado de la ropa, entre otras.

    Desde la más remota antigüedad, el influjo del ser humano en este espacio natural ha sido mínimo, por no decir nulo, ya que lo respetaba y protegía debido al aprovechamiento que hacía del siempre apreciado y escaso recurso hídrico en nuestra tierra.

    Sin embargo, en torno al año 2000 la situación cambió de forma drástica, al ensanchar sensiblemente el ser humano un sendero que bordeaba por el sureste ambas lagunas desde antaño sin influir negativamente hasta entonces en el espacio natural. Lo que había sido un sencillo sendero para animales se convirtió en un espacioso camino para vehículos y maquinaria agrícola de cuatro ruedas. Esta ampliación supuso la invasión de buena parte del humedal, rellenando la laguna superior de arena, piedras y tierra para construir la base del nuevo trazado del camino. A consecuencia de ello, desapareció la pequeña laguna de arriba, que es la más valiosa. La colocación de una capa de hormigón en el talud del camino invasor para defenderlo del embate de las aguas torrenciales, acabó por arruinar el humedal, que durante más de una década quedó reducido a la escasa agua que discurría sobre la arena.

    La catastrófica avenida torrencial del 28 de septiembre de 2012 resultó prodigiosa para el humedal, ya que provocó, en aparente contradicción, el beneficio de arramblar la parte invasora del camino. Debido precisamente al destrozo originado por las aguas torrenciales -tanto de los elementos naturales como de los artificiales de origen humano-, aquellas pusieron la base para restaurar la laguna de arriba de forma natural. El agua acudió al rescate de sí misma y, en unos meses, hubiera renacido el humedal.

    No obstante, con el arrastre de material del cauce de la propia rambla, así como del acumulado para ensanchar el sendero originario, y valiéndose (a modo de parapeto) del denso cañal que prosperaba en el balsón de abajo, rellenó parte del cauce inferior a la cascada, quedando ésta a escasos 80 cm de desnivel.

    De nuevo, la acción humana se dejó sentir en el humedal, pero esta vez en dos sentidos contrapuestos: unos, en su contra, reconstruyendo el camino; otros, a favor, denunciando la situación anómala de la charca de arriba.

    Posteriores avenidas torrenciales han propiciado que esté en vías de verse restituido a su estado primigenio y, en la actualidad, se vuelven a contemplar la riqueza y belleza que atesoró en un pasado nada lejano.

Pino centenario de El Saltador (Palacés, Zurgena)
(C) Andrés Sánchez Domínguez

II. EL PINO CENTENARIO DE “EL SALTADOR” (ESPACIO DE MONTE)

Coordenadas geográficas: 32º 20” 23.22” N 2º 00” 33.96” W

    Desde el mismo lecho de la rambla arranca, hacia poniente, un pequeño pero escabroso monte que culmina a 100 m ladera arriba, con un desnivel de 25 o 30 m, en un solitario pino, del cual no sabe el viajero si asombrarse más por su porte y dimensiones o por su extraña soledad. En efecto, allá a lo lejos, se proyecta sobre el azul intenso del cielo la figura majestuosa y solitaria de un pino centenario que podría competir con la imagen ideal de aquel árbol gigante que todos tuvimos dibujado algún día en nuestros cuadernos infantiles.

    Se trata de un pino piñonero o real (Pinus pinea), también conocido con otros nombres comunes como pino doncel, albar y romano, teniéndose constancia de su presencia en toda la cuenca mediterránea septentrional(2).

    Incluso desde más allá de la carretera, con solo alzar un poco la vista, impresiona la estampa del árbol que, sin duda, ha alcanzado mayores dimensiones en bastantes kilómetros a la redonda.

    Su altura total supera los 15 m con un regio tronco (de 220 cm de perímetro en la base y unos 80 cm de diámetro) que crece firme y rectilíneo para abrirse aproximadamente a los 6 metros en ramas de grosor similar entre sí, las cuales conforman una voluminosa copa redondeada, en forma de paraguas (y alrededor de 14 m de diámetro). Alcanza tal volumen que ampara la nidificación simultánea de varias parejas de aves: tórtolas, palomas torcaces, jilgueros...

    Una tradición familiar de los antiguos dueños del terreno, hoy expropiado, sostiene que el pino procede de un piñón que un antepasado suyo -Andrés Martínez Sánchez (1841-1910)- trajo a la vuelta de un viaje desde Orán, donde estuvo como emigrante un tiempo en el último tercio del siglo XIX. Los testimonios orales del lugar coinciden en que en los años treinta del siglo pasado el árbol -que contaría con unos cuarenta y tantos años a la sazón- ya mostraba un porte similar al que tiene en la actualidad.

    Su portentoso crecimiento y lozanía deben de haberse cimentado en el hecho de estar plantado en el centro de un pequeño bancal (terraza) que, mediante una pedriza de un metro de altura, aprovecha las aguas de lluvia de una ligera hondonada del monte y que, en su día, era sembrado de cebada; así como en el aislamiento que le ha proporcionado la fragosidad del terreno y el cuidado y afecto que durante muchas décadas le han prodigado sus dueños y todos los vecinos (conscientes de su singularidad).

    A la vista de su vigor, el pino de El Saltador se erige como prueba palpable de por qué en tantas culturas a este árbol se le ha considerado símbolo de la energía vital y la inmortalidad; y asimismo, de por qué se le asignó como atributo y emblema de varios dioses en la mitología clásica (desde Baco y Júpiter a Venus y Diana, entre otros).

    Entre la rambla, abajo, y el pino, arriba, el paraje se completa y adorna con una espesa vegetación baja, agreste, perenne... que le otorga al terreno en pendiente una escabrosidad inusual, tan dañina para las piernas del visitante como beneficiosa para el espíritu.

Vista aérea El Saltador
(C) Google Earth

III. ESPACIO EDÉNICO, LOCUS AMOENUS

    Pese a su enclave, tan próximo a una carretera y lindando con una explotación agrícola, en este repecho agreste y sus inmediaciones, entre la rambla y la cima del monte, se crea un remanso idílico de tranquilidad y sosiego absolutos. Se respira la paz, se palpa la soledad y el silencio... El aire se perfuma del penetrante aroma del romero y el espliego, del tomillo y la bojalaga (bolaga), del esparto y el mastranzo, de la aulaga y el albardín, de la boja (abrótano) y la albaida, de la rubia y la retama, entre un sinfín de plantas aromáticas y diversos endemismos almerienses; y redondea la sensación montaraz de todos los sentidos. Solo el redondel del pie del pino, alfombrado de sus propias agujas, queda libre del matorral.

    La soledad del campo, la paz y sosiego que se respira, el silbo de la suave brisa silvestre que acaricia el profuso ramaje del pino y se empapa del aroma de las hierbas del monte bajo, contribuyen con el verdor de la vegetación de la rambla y el murmullo del agua fluyendo entre las piedras y cascada abajo, y con el canto de los colorines (jilgueros), verderones, chamarices, abejarucos, totovías (cogujadas) y pajaricas de las nieves (lavanderas) que surcan el aire, y la perdiz aquí y allá, algún ladrido lejano que devuelve el eco desde el Cerro Negro o el Cerrón (cerro Jautalarabi)… para conformar un paraje tan idílico y sorprendente por inesperado, que rivaliza con los locus amoenus soñados por las plumas bucólicas más excelsas.

    Tanto es así y tanto el regocijo que proporciona a la vista y a los sentidos que ha sido desde siglos pasados espacio tradicional para el encuentro privilegiado del hombre con la madre Naturaleza en fechas señaladas en el ciclo anual: equinoccio de primavera y solsticio vernal, en forma de excursiones y meriendas para los moradores de Palacés y La Concepción (Huércal-Overa).

Pegatina "Salvemos el Pino Romano de Palacés"
(C) A. Cultural "Palacés, Legado Milenario"

IV. RIESGOS, INCERTIDUMBRES Y TEMORES

    Riesgos y temores, sí. Porque a pesar de la presencia casi diaria del ser humano en sus inmediaciones durante siglos (acaso sean milenios, si nos remontamos al Neolítico), este espacio se mantuvo virgen e ileso hasta finales del siglo XX. Pero por desgracia, la naturaleza siempre está en desventaja frente al hombre; sobre todo, si éste se vale de la tecnología actual y se deja guiar por la sinrazón del mal entendido pragmatismo moderno.

    Porque la pequeña laguna superior está en vías, por sí sola, de recuperarse en años próximos. Solo necesita que el ser humano colabore un tanto: en este caso, dejando de intervenir. Pero esta charca, por ejemplo, continúa con la espada de Damocles encima que supone el camino, al cual hay que buscar una solución óptima para todos, ya que es la forma más eficiente de proteger el humedal; por lo que habrá que tener en cuenta también las necesidades y derechos de los propietarios agrícolas a una vía de comunicación. Quizá que deba implicarse más de un organismo e institución oficiales en dar la solución idónea.

    En cuanto al pino centenario, su situación puede llegar a ser más acuciante en los próximos meses, dada la inquietante cercanía del trazado del tramo final de la autovía del Almanzora, a escasísimos metros del árbol y cuya ejecución se ha anunciado para fechas próximas. Ante los ciegos designios humanos y la maquinaria pesada de que se dispone, ningún elemento de la Naturaleza, por valioso que sea, puede considerarse indemne y a salvo de su desprecio absoluto.

    Y, aunque la emoción embarga al visitante al considerar que este ser vivo, desde su imponente soledad, ha logrado superar los avatares de variados regímenes político-sociales: una república, flanqueada por dos dictaduras y dos restauraciones monárquicas; sobreviviendo a varios conflictos bélicos, incluyendo dos guerras mundiales; puede ser en democracia -el régimen que, en teoría, respeta los derechos de todos- cuando sea derribado, aniquilado... lo que no se ha hecho en regímenes dictatoriales, caciquiles, sometidos al arbitrio de la sinrazón y la canallería.

    Por todo ello, y para impedir en el futuro agresiones irreparables en uno u otro elemento de nuestro patrimonio natural, resulta urgente y perentorio conferirle a todo el paraje alguna figura jurídica que le otorgue la deseada protección legal que no les impida a las generaciones futuras gozar de un espacio edénico real, tan agraciado como irrepetible.


                                  Video "Salto de agua El Saltador"

(1) Los valores de las medidas y distancias se deben a la generosa colaboración de Andrés Sánchez Bonillo y Andrés Sánchez Domínguez.

(2) Excelente información sobre el pino doncel (Pinus pinea) puede consultarse en Juan Ruiz de la Torre: Flora mayor. Madrid: Organismo Autónomo Parques Nacionales, 2006, pp. 204-212; para quien el pino del Saltador es joven todavía, ya que puede llegar a alcanzar unos 30 m de altura y entre 400 y 500 años de vida.

                        © GINÉS BONILLO MARTÍNEZ 2017
        Presidente Asociación Cultural “Palacés, Legado Milenario”

Publicado en la Revista del Levante Almeriense AXARQUÍA Año XXII, N.º 17, Verano 2017. Páginas 85 a 88.



Nota del autor:

    La reclamación de la Asociación "Palacés, Legado Milenario" fue atendida por la Consejería de la Junta de Andalucía, y el pino fue respetado mientras duraron las obras del primer tramo de la Autovía del Almanzora (imagen del pino durante las obras 2020). En la actualidad se encuentra fuera de la valla de separación y está totalmente protegido. Gracias a todos por la colaboración.

Pino durante las obras (febrero 2020)
(C) Andrés Sánchez Domínguez














Pino en la actualidad (febrero 2023)
(C) Andrés Sánchez Domínguez




















    




En la actualidad el humedal de El Saltador, se encuentra en pleno apogeo natural, apropiado por la exuberante vegetación y un caudal permanente de agua.

Vista general del humedal de El Saltador, con el pino al fondo.
(C) Andrés Sánchez Domínguez


                        (C) ANDRÉS SÁNCHEZ DOMÍNGUEZ 2023